Mientras caminaba, iba observando las diferentes flores, las curiosas mariposas multicolores que por allí revoloteaban y algún que otro conejillo blanco que de su madriguera se asomaba. ¡Me sentía tan feliz! No entendía como me sentía así, pero el caso es que quería que fuera como una especie de historia interminable.
Al fin alcancé el lago. No era muy grande, pero nunca había visto un lago tan hermoso. Sus aguas, tan cristalinas que te hacían confundir la realidad con la ficción. Sus seres marinos, tan coloridos y brillantes como el arcoíris.. Esto último me resultó un tanto raro, ya que no era normal encontrarse peces de colores en un lago, pero era tan bonito que no le dí la menos importancia. Las flores que tenía a sus orillas, sus colores eran tan vivos que te hacían querer pasarte el resto de tu vida contemplando sus preciosos pétalos, pétalos únicos.
Me reflejé en el agua como si fuera un espejo. Un espejismo irreal, que a veces es mejor que la realidad. Pasé súbitamente mis dedos sobre mi rostro en el agua, y vi como se seguía manteniendo mi cara, aunque ahora deforme y sin las ideas claras, no quería volver a aquel mundo., aquel mundo que ya pas. Me senté con las rodillas echadas a un lado y me dispuse a leer otra vez. Parecía que estaba posando para la portada de un libro, así vestida y con aquel maravilloso lugar de fondo. No podía concentrarme en leer. Ahora caí en la cuenta. ¿Qué hacía allí? Empecé a asustarme.
De repente, una fuerza invisible me agarró del pie y comenzó a estirar como si le fuese la vida en ello. Me intenté sujetar en una maleza cercana, aunque no sirvió de mucho. Aquella fuerza invisible me fue arrastrando más y más hacia el lago. ¿Me iba a meter dentro? Si así fuera, no tendría escapatoria, pues no podría mantenerme a flote por la fuerza sobrehumana que me sujetaba. Me preparé para el adiós, el tercer adiós de esa semana.
Ya tan solo estaba a unos treinta centímetros del agua. Mis piernas fueron entrando, y aunque me resistía con todas las fuerzas que tenía, me era imposible mantenerme fuera. Ahora le tocó a mi cintura. Tenía frío, aunque ese ahora era el menor de mis problemas. El pecho. El cuello. Lloraba. Oscuridad.
Abrí los ojos como nunca los había abierto. El corazón me latía a mil por hora, no me lo podía creer, otra pesadilla, pero esta fue diferente. Era como un sueño, no sentía los síntomas que justificarían que el daño es verdad, como pasó la primera ve<,, esta vez incluso me trasladé de lugar. Estaba sentada en la silla del escritorio, con el ordenador encendido. Lo miré rápidamente y observé que todos mis amigos con los que estaba hablando por Messenger se habían ido medio enfadados porque no les contesté. Me había quedado dormida mientras chateaba. Recapacité, aquello era igual que la noche en que se encontró el mensaje. El mensaje maldito, el mensaje por el que no llegaría siquiera a cumplir los dieciocho, o perder la virginidad. El mensaje que arruinó mi vida.
- ¡Taylor! ¡Baja a comer de una vez! -gritó mi madre, sería mejor bajar antes de enfadarla más.
- ¡Ya bajo!
Apagué el ordenador y miré la hora, 23:14. Tampoco era tan tarde. Me puse las zapatillas, apagué la luz y me fui para el piso de abajo. Por la escalera, recordé que me dije que buscaría información sobre lo que me pasaba en internet. Me prometí a mi misma que al día siquiente lo buscaría nada más levantarme.
Llegué abajo. Michael estaba saltando en medio del salón cantando la banda sonora de Bob Esponja. Reí. Quería volver a aquellos tiempos. Cuando era pequeña, que solo pensaba en si comprarme por mi cumpleaños la muñeca rubia o morena, en que haría todo lo posible para que mamá no me pusiera pimiento en la comida o en pelearme una y otra vez con mias amigas porque teníamos el mismo color favorito. Quería tener esos problemas, y no tener que preocuparme constantemente por si derepente todo se vuelve oscuro y empiezan a ocurrirme cosas muy raras. Y lo peor de todo, es que no estaba loca, sino que era pura realidad.
- Venga, Taylor. Que se te enfría -me dijo mi madre con los nervios que no sabía ya como ocultarlos.
Asentí con la cabeza y me senté en la silla de la mesa del comedor. De cenar había sopa de fideos, filete empanado y macedonia. Me dispuse a comer los fideos, pero cuando la cuchara tocó mis labios me quemé, y mi reacción no pudo ser otra que tirar la cuchara al plato, por lo tanto manché a toda mi familia.
- ¿¡Pero qué has hecho!? . gritó mi padre, estaba realmente enfadado.
- Ha sido sin querer, he reaccionado así, lo siento -intenté excusarme.
Mi padre respiró hondo y continuó con su comida. Definitivamente, esta no era mi mejor semana. Terminé el primer plato y me dispuse a coger el segundo. El filete tenía muy buena pinta. Nadie superaba a mi madre, me decía a mi misma. Nadie dijo nada durante la cena, excepto Michael que le comentó a mamá que hoy había sacado un siete en un examen de Lengua y que quería comprarse un nuevo juguete que habían sacado, a lo que mi madre le contestó secamente:
- Muy bien, pero podrías haber sacado más nota. Ahora mismo no está la cosa para comprar juguetes, ya tienes muchos.
Me hice la indiferente mientras me terminaba el filete empanado. Me levanté de la silla, arrastrándola, y me dirigí a mi cuarto sin decir ni una sola palabra.
- ¿Dónde vas, señorita? -me riño mi padre- Todavía no te has tomado el postre ni has dicho que te vas.
- Voy a mi cuarto, donde tendré un poco de paz. Y no quiero postre, me encuentro mal.
- Taylor, vuelve aquí ahora mismo -dijo intentando mantener la voz baja, lo cual era imposible.
- No. No quiero ver como os comportáis como inútiles. Esta ha sido una mala semana, y no tenéis por qué pagarla con vuestros hijos.
Y diciendo esto, me puse el pijama y me dediqué a escuchar música durante media hora con los cascos a tope. Quería probar haber si me olvidaba un poco de todo. Aunque no lo conseguía. Normal, ¿Cómo iba a olvidarme de mis pesadillas? ¿Cómo iba a olvidarme el comportamiento de mis padres? Puede que a la mayoría de los adolescentes sus padres no les importen en absoluto, pero yo en eso era diferente. Desde pequeña los había querido con locura, y cuando se comportaban así, me dolía, y mucho. Lo peor, es que eso no había cambiado, y si le sumamos el sueño... todo era una mierda.
Cuando Never Say Never de Justin Bieber dejó de sonar, miré el reloj de la mesilla. 00:12. Vaya, había pasado más tiempo del que creía. Me conecté al ordenador. No había casi nadie conectado. Normal, todos estarían saliendo por ahí mientras yo me quedaba aquí encerrada. Aunque tampoco me arrepentía de ello, pues lo que menos necesitaba era salir por ahí y que le suceda alguna pesadilla en la calle, donde no sabría dónde ir.
Miré por la ventana. Las luces de la calle se habían fundido. Otra cosa más que demostraba que hoy nada funcionaba bien. Suspiré. Quería reiniciar una nueva vida. Remontar una semana antes y haber evitado todo esto. Me llamó la atención un rápido movimiento en el tejado de enfrente. Miré sobresaltada. Un gato negro de ojos brillantes y amarillos me miraba desafiante. Estaba asustada, pero sin embargo le devolví la mirada con la misma expresión. Permaneció tres segundos más y con un rápido movimiento desapareció tras el otro lado del tejado. No puse que pensar después de esto. Aunque, tras lo que me había sucedido, ya no le temía a nada, o a casi nada.
Decidí recostarme en la cama y escuchar música. Mi querida música. No sabría que hacer sin ella. Y así subí al mundo de los sueños. Con la imagen de aquel animal mirándome, aquel gato que podría parecer insignificante, pero que era mucho más importante en mi vida de lo que jamás pude creer.
Que bien escribes!! Me encanta escribir a mí también!! Muchísima suerte!!
ResponderEliminarMuchísimas gracias! (: Haber si me pongo pronto con el 5º capítulo... jajaja! Y por qué no te decides tu también a escribir un blog? (:
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