mayo 23, 2011

Capítulo 5: El encuentro.

Me desperté con el piar de los pájaros. Hacía tiempo que no experimentaba esa sensación de felicidad. Esa paz que me inundaba por dentro, que todo iba bien y que nada me la iba a arrebatar. Respiré hondo. Sonreí. Quería que toda mi vida fuera así, pero desgraciadamente era muy poco probable que así fuera. Miré la hora en el reloj de la mesilla, 10:40. Tampoco era tan tarde, al fin y al cabo, me había acostado bastante tarde, o eso era al menos lo que creía. Me permití el lujo de cerrar los ojos cinco segundos más, me incorporé en el colchón, me puse las zapatillas de andar por casa y bajé las escaleras hacia el comedor. Allí me estaba esperando mi padre diciendo:
-         ¡Hola! Hoy le he cedido la mañana libre a mamá y prepararé yo el desayuno, ¿Qué te parece? –dijo con una gran sonrisa en la cara.
Yo sabía que mi padre cocinaba extremadamente mal, así que me limité a sonreír tímidamente, agachar la cabeza y prepararme para el sufrimiento que iba a pasar.
Me senté en el sofá y encendí la televisión. Se puso automáticamente en un canal de noticias, pero acto seguido lo cambié a Disney Channel. Allí echaban dibujos animados. Miré al guía de programas, e iban a estar echando dibujos hasta la una del mediodía, así que apagué el televisor y me dirigí a sentarme en una silla del comedor.
-         ¡Listo! –dijo mi padre al ver las tostadas saltar del tostador.
-         ¡Siii! ¡Listoooooo! Jajajaja –gritó Michael emocionado mientras hacía volar con su mano su Súper Man.
Reí disimuladamente. Me hacía tanta gracia… ojalá yo pudiera no tener que preocuparme por nada, solo de que mi muñeco de juguete no cayera al suelo. No tener que preocuparme de sobrevivir, y peor sin ayuda de nadie. Vi que pensar en mi desgraciada vida me hacía ponerme mal, así que intenté despejar la cabeza, mirar al frente y enfrentarme al desayuno de mi padre.
-         ¿Tenéis hambre? –preguntó mi padre poniendo los platos y vasos sobre la mesa.
-         Eh… yo no mucha –mentí. A lo mejor luego comía algo a escondidas, pero yo no pensaba tragarme todo un desayuno de mi padre.
-         Pues te vas a comer como mínimos dos tostadas, un zumo de naranja y alguno de estos dulces.
-         Vale…
Y así, mientras Michael cantaba anécdotas sobre sus muñecos de juguete, papá nos hablabla de política que ninguno de los dos escuchábamos con atención y el monótono ruido de la televisión hacía de fondo en esta típica escena familiar, empezó un día que ni por asomo creía que iba a ser tan decisivo para mi vida.

Cuando terminé de desayunar –me había dejado una tostada, la mitad del zumo y no había tomado dulces- mamá bajo por las escaleras. Tenía el pelo despeinado, pero aun así estaba estupenda. Se lo sacudía suavemente mientras con una sonrisa en la cara besaba a mi padre en los labios. Michael los miró con cara de asco y un tanto extraña: Le resultaba bastante raro y repugnante darse besos en la boca y compartir la saliva de una persona a otra.
-         No sé como papá y mamá pueden soportarlo –exclamó volviéndose hacia atrás y haciendo como que vomitaba.
Reí. Era inevitable. Ya le llegaría su tiempo, ahora era tan solo un niño.
También sonreía por mis padres. Aún habiendo pasado por los siempre abundantes problemas del matrimonio, aún habiendo tenido dos hijos y haber pasado por todo eso, seguían manteniendo ese amor, esa llama que hace más de veinte años se encendió y que ha sobrevivido contra viendo y marea.

Me retiré a mi cuarto. Miré el reloj de la mesilla: 11:15. Estaba bien. No me dio tiempo a pensar en nada más, pues el estribillo de U smile de Justin Bieber empezó a sonar desde mi móvil en la mesa. Lo cogí rápidamente:
-         ¿Diga?
-         ¿Hola? ¿Mónica?
-         Sí, soy yo. ¿Quién eres?
-         Ven a la Plaza Mayor.
-         ¿Pero quién eres?
-         ¿Vas a venir?
-         Iré si me dices quién eres.
-         No puedo decírtelo. Ven.
-         ¿Qué hora? Pero no estoy segura…
-         Ahora mismo. Yo solo te lo aconsejo, será mejor para ti ir. Confía en mí.
-         Va…

Me dejó con la palabra en la boca. ¿Quién sería? Ni siquiera reconocía su voz. Estaba bastante asustada: Normalmente sería un secuestrador, alguien de estas personas que solo buscan el mal para los demás, pero algo me hacía creer en lo que ese desconocido me decía, como si hubiera algo que yo no sabía que me condujera hasta él.
Guiada por la curiosidad abrí rápidamente el armario. Tras un vistazo de pocos segundos al interior me decidí por una camiseta negra con unos pequeños conejos irreales dibujados, un pantalón pitillo de color verde y unas converse negras. Iba llamando la atención. Me encantaba.
Me arreglé lo más rápido que pude. Me espolvoreé colonia, me unté desodorante, me lavé la cara y me peiné. Cogí el móvil, los cascos, las llaves y algo de dinero. Bajé las escaleras.
Cuando estuve a punto de salir por la puerta, mi madre me gritó desde el salón:
-         ¿Dónde vas, Taylor?
-         A dar una vuelta por ahí.
-         ¿Con?
-         Con mis amigos, como siempre.
-         Está bien. No vuelvas tarde. Prométeme que estarás aquí para la hora de almorzar.
-         Te lo prometo.
-         Vale. Adiós, te quiero.
-         Te quiero.
Cerré la puerta.
Estaba nerviosa. Andaba muy deprisa hacia la Plaza Mayor. Mi curiosidad aumentaba con cada paso que daba. ¿Quién sería aquel chico? Porque era un hombre, de eso estaba segura. Como todavía quedaba un buen trecho hasta llegar a la Plaza, saqué mis cascos del bolsillo y el móvil y me dispuse a escuchar música durante el trayecto.

Cuando llegué a la Plaza Mayor, esperando en un banco del parque.
Eché un rápido vistazo a los alrededores. Había niños jugando al fútbol y niñas saltando a la comba. Mujeres hablando sobre los cotilleos del día y hombres apostando sobre quién ganaría en el partido de fútbol que televisaban esta tarde. Suspiré. Me sentía diferente a todo el mundo. Nunca encajaría, lo tenía asumido.
Llevaba esperando en aquél banco más de media hora, y el misterioso chico seguía sin aparecer. Podría haberse tratado de una estúpida broma típica de los niños pequeños. Que tonta había sido. ¿Cómo se le había ocurrido ir hasta allí? Acababa de cometer una completísima estupidez.
Tenía un poco de hambre, no estaría mal ir a por algo de picar. Alcé la vista y divisé a unas pocas manzanas una tienda. No tenía nada que hacer, así que me levanté del banco, me ajusté el pantalón verde y la camiseta y me encaminé hacía la tienda.
Llevaba los cascos puestos. Era incapaz de pasar frente a mucha gente sin música. Me sentía intimidada, como si estuvieran hablando de mí constantemente. En mis oídos sonaba Motivation, de Sum41. Me viciaba la música. Era como una salida. Una oportunidad de olvidarme de lo que me rodea y concentrarme solo en ella, una de mis pasiones en la vida. Sabía tocar la guitarra –eléctrica, por supuesto-, la batería, el piano y según le habían dicho, era una excelente cantante, aunque nunca había pensado demasiado en eso.
Tan ensimismada estaba en la canción, que no me habría dado cuenta de que estaba en la puerta de la tienda-kiosco que vi antes de no ser porque una anciana casi tropieza conmigo por no mirar yo por donde iba.
-         Perdone, señora, no la vi pasar –respondí tímidamente, se me daban fatal este tipo de conversaciones. Lo peor es que me pasaban cada dos por tres, por mi torpeza.
-         No pasa nada, hija mía. Ten cuidado.
Aquel tono preventivo y misterioso me provocó un escalofrío.
-         Está bien –dije mirando hacía abajo mientras dibujaba círculos imaginarios con los pies en el suelo, aquella mujer parecía que ocultaba algo- Adiós señora.
-         Adiós joven, y recuerda, ten cuidado.
Y se marchó sonriente.
Estuve varios segundos en estado de shock. Creo que fueron segundos, pues de mi mente no se borraba el rostro de aquella anciana que me había advertido que me protegiera. O eso había entendido. ¿Qué había querido decir exactamente? No sabía descifrarlo, así que entré en la tienda y traté de olvidarme de ese asunto.

Abrí la puerta y al entrar sonó una estúpida campanilla que siempre había odiado. Creía que ya se había ido la moda, pero me equivocaba.
Dentro la decoración parecía la de una pintoresca casa de campo. Las paredes, el suelo, incluso el olor de la estancia me hacía pensar que me encontraba en el campo. Rodeada de paz, sin que nadie te recriminara por ser diferente, sin que nadie te hiriera. Un hombre entrado ya en sus años asomó por un lado del mostrador:
-         Señorita, ¿Qué le trae a usted por aquí?
Sonreía malévolamente, ¿Hoy todo el mundo lucía sus peores sonrisas?
-         Eh, buscaba algo de comer.
-         Pues aquí encontrara lo que quiera, es de lo que más mercancía traemos –dijo irónico.
-         Ya, ya… -contesté vergonzosa, que mal se me daban este tipo de cosas- Echaré un vistazo por ahí.
-         Como usted quiera.
Y se retiró inquietante, divertido, confuso.
Ojeé unos dulces, luego unas chucherías algo extrañas –ya no saben que inventar- y por último el chocolate, otra de mis grandes pasiones. Me detuve en una tableta algo diferente a las demás. Era completamente negra, salvo por unas pequeñas letras en rojo intenso. Ponía:
“Cuidado, no es una tableta cualquiera.”
Retrocedí un paso y parpadeé varias veces. La cara de aquella mujer de antes se me vino a la cabeza. ¿Podría tener aquello alguna relación? ¿Se refería la anciana a esto? No estaba muy segura, pero de lo que si que se aseguraba es de que aquella tableta debía de ser mía, aunque no le diera el uso normal que se le da a una tableta de chocolate.
Estaba tan confusa, aquellos “sueños”, Edward, la anciana, la llamada, la tienda, y ahora el chocolate. ¿Pero qué está diciendo? ¿Le tenía miedo a una tableta de chocolate? ¿Una mísera tableta? Me estaba volviendo loca, eso era seguro.
Me llevé las manos a la sien de la cabeza y traté de concentrarme. Todo aquello era una locura, algo irreal, imaginario. Nada era lógico, realista. Tenía ganas de dormir. De dormirme y no despertar jamás. De quedarme siempre en el mundo de los sueños, donde nada ni nadie puede hacerme daño.
Salí corriendo de la tienda con la tableta en la mano. Ni siquiera me había percatado de que la llevaba ahí. El dependiente tampoco pareció alterarse.
Tenía los ojos cerrados, no veía por donde pisaba. Corría sin cesar. No me importaba nada. Nada hasta que topé con algo en el pie. Iba a caer. La tableta de chocolate calló de mis manos, pero no le presté la menos atención. Me preparaba para la caída. Aparté mis manos de los ojos y me preparé para que fuera lo menos dolorosa posible. Cerré los ojos con más intensidad.
Alguien me paró. Alguien que desconocía me cogió en brazos instantes antes de caer. Cuando estuve lo bastante segura, abrí los ojos.
Edward.

marzo 17, 2011

Capítulo 4: Pistas y sueños.

Una suave brisa sacudió mi cabello. Me estremecí al sentir el contacto del viento contra mi piel. Estaba feliz, un sentimiento que hacía tiempo que no experimentaba. Leía un libro, se llamaba Rubí. Trataba de una chica que viajaba al pasado, aún sin preparación ni nada, porque en su familia alguien estaba destinado a viajar al pasado, y se creía que iba a ser su prima. Dejé el libro a un lado y me recosté en el árbol en el que también disfrutaba de su sombra mientras leía. Respiré hondo. Aquella paz, aquella libertad... Ahora mismo era libre de hacer lo que quisiera y cuando quisiera, ojalá  durara para siempre. Me percaté de que vestía un fino y suelto vestido negro, pero sin embargo no tenía calor. Era extraño, a cada cosa que miraba me recordaba a un libro, una película, un grupo de música, etc. Miré a lo lejos, divisé un precioso lago a unos veinte minutos a pie. Decidí ir a él. Cogí mi libro, me levanté y me dispuse a abandonar aquel precioso árbol, aquél árbol que me hacía sentir como una princesa. 
Mientras caminaba, iba observando las diferentes flores, las curiosas mariposas multicolores que por allí revoloteaban y algún que otro conejillo blanco que de su madriguera se asomaba. ¡Me sentía tan feliz! No entendía como me sentía así, pero el caso es que quería que fuera como una especie de historia interminable. 
Al fin alcancé el lago. No era muy grande, pero nunca había visto un lago tan hermoso. Sus aguas, tan cristalinas que te hacían confundir la realidad con la ficción. Sus seres marinos, tan coloridos y brillantes como el arcoíris.. Esto último me resultó un tanto raro,  ya que no era normal encontrarse peces de colores en un lago, pero era tan bonito que no le dí la menos importancia. Las flores que tenía a sus orillas, sus colores eran tan vivos que te hacían querer pasarte el resto de tu vida contemplando sus preciosos pétalos, pétalos únicos. 
Me reflejé en el agua como si fuera un espejo. Un espejismo irreal, que a veces es mejor que la realidad. Pasé súbitamente mis dedos sobre mi rostro en el agua, y vi como se seguía manteniendo mi cara, aunque ahora deforme y sin las ideas claras, no quería volver a aquel mundo., aquel mundo que ya pas. Me senté con las rodillas echadas a un lado y me dispuse a leer otra vez. Parecía que estaba posando para la portada de un libro, así vestida y con aquel maravilloso lugar de fondo. No podía concentrarme en leer. Ahora caí en la cuenta. ¿Qué hacía allí? Empecé a asustarme.
De repente, una fuerza invisible me agarró del pie y comenzó a estirar como si le fuese la vida en ello. Me intenté sujetar en una maleza cercana, aunque no sirvió de mucho. Aquella fuerza invisible me fue arrastrando más y más hacia el lago. ¿Me iba a meter dentro? Si así fuera, no tendría escapatoria, pues no podría mantenerme a flote por la fuerza sobrehumana que me sujetaba. Me preparé para el adiós, el tercer adiós de esa semana.
Ya tan solo estaba a unos treinta centímetros del agua. Mis piernas fueron entrando, y aunque me resistía con todas las fuerzas que tenía, me era imposible mantenerme fuera. Ahora le tocó a mi cintura. Tenía frío, aunque ese ahora era el menor de mis problemas. El pecho. El cuello. Lloraba. Oscuridad.

Abrí los ojos como nunca los había abierto. El corazón me latía a mil por hora, no me lo podía creer, otra pesadilla, pero esta fue diferente. Era como un sueño, no sentía los síntomas que justificarían que el daño es verdad, como pasó la primera ve<,, esta vez incluso me trasladé de lugar. Estaba sentada en la silla del escritorio, con el ordenador encendido. Lo miré rápidamente y observé que todos mis amigos con los que estaba hablando por Messenger se habían ido medio enfadados porque no les contesté. Me había quedado dormida mientras chateaba. Recapacité, aquello era igual que la noche en que se encontró el mensaje. El mensaje maldito, el mensaje por el que no llegaría siquiera a cumplir los dieciocho, o perder la virginidad. El mensaje que arruinó mi vida.
- ¡Taylor! ¡Baja a comer de una vez! -gritó mi madre, sería mejor bajar antes de enfadarla más.
- ¡Ya bajo!
Apagué el ordenador y miré la hora, 23:14. Tampoco era tan tarde. Me puse las zapatillas, apagué la luz y me fui para el piso de abajo. Por la escalera, recordé que me dije que buscaría información sobre lo que me pasaba en internet. Me prometí a mi misma que al día siquiente lo buscaría nada más levantarme. 
Llegué abajo. Michael estaba saltando en medio del salón cantando la banda sonora de Bob Esponja. Reí. Quería volver a aquellos tiempos. Cuando era pequeña, que solo pensaba en si comprarme por mi cumpleaños la muñeca rubia o morena, en que haría todo lo posible para que mamá no me pusiera pimiento en la comida o en pelearme una y otra vez con mias amigas porque teníamos el mismo color favorito. Quería tener esos problemas, y no tener que preocuparme constantemente por si derepente todo se vuelve oscuro y empiezan a ocurrirme cosas muy raras. Y lo peor de todo, es que no estaba loca, sino que era pura realidad.
- Venga, Taylor. Que se te enfría -me dijo mi madre con los nervios que no sabía ya como ocultarlos.
Asentí con la cabeza y me senté en la silla de la mesa del comedor. De cenar había sopa de fideos, filete empanado y macedonia. Me dispuse a comer los fideos, pero cuando la cuchara tocó mis labios me quemé, y mi reacción no pudo ser otra que tirar la cuchara al plato, por lo tanto manché a toda mi familia. 
- ¿¡Pero qué has hecho!? . gritó mi padre, estaba realmente enfadado.
- Ha sido sin querer, he reaccionado así, lo siento -intenté excusarme. 
Mi padre respiró hondo y continuó con su comida. Definitivamente, esta no era mi mejor semana. Terminé el primer plato y me dispuse a coger el segundo. El filete tenía muy buena pinta. Nadie superaba a mi madre, me decía a mi misma. Nadie dijo nada durante la cena, excepto Michael que le comentó a mamá que hoy había sacado un siete en un examen de Lengua y que quería comprarse un nuevo juguete que habían sacado, a lo que mi madre le contestó secamente:
- Muy bien, pero podrías haber sacado más nota. Ahora mismo no está la cosa para comprar juguetes, ya tienes muchos.
Me hice la indiferente mientras me terminaba el filete empanado. Me levanté de la silla, arrastrándola, y me dirigí a mi cuarto sin decir ni una sola palabra.
- ¿Dónde vas, señorita? -me riño mi padre- Todavía no te has tomado el postre ni has dicho que te vas.
- Voy a mi cuarto, donde tendré un poco de paz. Y no quiero postre, me encuentro mal.
- Taylor, vuelve aquí ahora mismo -dijo intentando mantener la voz baja, lo cual era imposible.
- No. No quiero ver como os comportáis como inútiles. Esta ha sido una mala semana, y no tenéis por qué pagarla con vuestros hijos.
Y diciendo esto, me puse el pijama y me dediqué a escuchar música durante media hora con los cascos a tope. Quería probar haber si me olvidaba un poco de todo. Aunque no lo conseguía. Normal, ¿Cómo iba a olvidarme de mis pesadillas? ¿Cómo iba a olvidarme el comportamiento de mis padres? Puede que a la mayoría de los adolescentes sus padres no les importen en absoluto, pero yo en eso era diferente. Desde pequeña los había querido con locura, y cuando se comportaban así, me dolía, y mucho. Lo peor, es que eso no había cambiado, y si le sumamos el sueño... todo era una mierda.
Cuando Never Say Never de Justin Bieber dejó de sonar, miré el reloj de la mesilla. 00:12. Vaya, había pasado más tiempo del que creía. Me conecté al ordenador. No había casi nadie conectado. Normal, todos estarían saliendo por ahí mientras yo me quedaba aquí encerrada. Aunque tampoco me arrepentía de ello, pues lo que menos necesitaba era salir por ahí y que le suceda alguna pesadilla en la calle, donde no sabría dónde ir.
Miré por la ventana. Las luces de la calle se habían fundido. Otra cosa más que demostraba que hoy nada funcionaba bien. Suspiré. Quería reiniciar una nueva vida. Remontar una semana antes y haber evitado todo esto. Me llamó la atención un rápido movimiento en el tejado de enfrente. Miré sobresaltada. Un gato negro de ojos brillantes y amarillos me miraba desafiante. Estaba asustada, pero sin embargo le devolví la mirada con la misma expresión. Permaneció tres segundos más y con un rápido movimiento desapareció tras el otro lado del tejado. No puse que pensar después de esto. Aunque, tras lo que me había sucedido, ya no le temía a nada, o a casi nada.
Decidí recostarme en la cama y escuchar música. Mi querida música. No sabría que hacer sin ella. Y así subí al mundo de los sueños. Con la imagen de aquel animal mirándome, aquel gato que podría parecer insignificante, pero que era mucho más importante en mi vida de lo que jamás pude creer.

marzo 10, 2011

Capítulo 3: Confusiones.

¿Donde estoy? Era lo único que se me ocurrió pensar. Miré a mi alrededor. Parecía que estaba en un hospital. Pero, ¿Por qué? Justo en ese momento entró una joven enfermera en la habitación.
- Ah, ¿Ya te has despertado, no? Has dormido varios días, ¿Como te has hecho esa mordedura? ¿Un perro tal vez? 
Instintivamente me miré el brazo. Tenía una mordedura bastante grande y profunda, pero sin embargo no me dolía. Me acordé del estreno de Crepúsculo. La enfermera no paraba de hablar y hablar. Si tuviera las suficientes fuerzas como para soltarle una cuantas "palabras inapropiadas" como decía mi padre y echarla de la habitación lo haría, pero por desgracia, no me encontraba con las requeridas fuerzas ni para rascarme la nariz. Estaba muy cansada, así que me limitaba a asentir o encoger los hombros. Entonces la cotorra me dijo:
- Será mejor que avise de tu despertar. Ahora mismo vuelvo.
Volví a asentir. No sabía nada de lo que me había pasado. Bueno, recordaba a los zombies, pero no creía que fueran de verdad. No eran de verdad. En ese instante, recordé la nota de mis padre y a mi difunto hermano. Una lágrima bañó mi cara. Dos más. Llanto.
Al cabo de un rato, cuando pensaba en la posibilidad de suicidarme, entraron en la habitación mi familia, mamá, papá y Michael. Cuando capté su presencia, las lágrimas que corrían por mi rostro  cambiaron el significado y trasmitían felicidad. Nunca me havía sentido tan bien como en aquel momento. Todo había sido un sueño. Al enviar el mensaje, había dejado de tener alucinaciones. Si de eso se trataba. Dejé de pensar cuando  mi familia vino a abrazarme.
- Taylor, -dijo mamá, que también se iba a echar a llorar- no sabemos lo que te pasó aquella noche. Lo único que tenemos claro es que no paraste de gritar y cuando esa mañana fui a avisarte para el instituto tenías una mordedura en el brazo. No sabemos de que se trata. Hemos ido a ver a un especialista, nos ha dicho que posiblemente estés teniendo pesadillas y que eres sonámbula. Dinos, ¿Has tenido últimamente pesadillas o extrañas sensaciones? 
Me pensé la respuesta a esa pregunta. Si respondía la verdad, -sí, obvio- podrían someterme a pruebas u operaciones, rotundamente no. Si mentía, podría resolver aquello sola. Por mí misma sin nadie a mi lado que me diga: "estás loca" o "estás mal de la cabeza". Opté por mentir. 
- No, mamá, no tengo pesadillas ni nada parecido que yo me acuerde.
- Vale, supongo que no nos queda otra que fiarnos de ti. -dijo papá algo preocupado.
Estuvimos un rato hablando y luego se despidieron de mí y se marcharon. No tuve otra que pensar. ¿Era un sueño real? ¿Había terminado? ¿Seguiría hasta que lo derrotara? Pero, ¿Derrotar a qué exactamente? Estaba confusa, muy confusa. Mucho más que cuando la señorita Monroe escribía sus preciadas y super complicadas operaciones repletas de todos los números inventados hasta el momento.
Aunque por ahora solo quería volver a casa. Ver a mis amigos. Hablar de esto con... alguien. Pero ¿Quién me iba a creer? Supongo que tendría que trabajar sola. ¿Pero en qué exactamente? Tenía que buscar el comienzo del problema. Internet. 
- ¡Hola! -dijo un médico que acababa de entrar con una voz tan alegre que hizo que se me olvidaran todos mis problemas- Traigo buenas noticias. Puedes ir recogiendo tus cosas, te damos el alta.
Bien, pensé. Pero en realidad solo asentí. Cuando el médico se marchó, me levanté corriendo y recogí mis cosas, -que no había nada que recoger- me vestí y me largué de aquel lugar que escondía un repugnante olor a desinfectante.


Salí fuera. Cogí mi móvil y llamé a un taxi. Mientras esperaba, me senté en un banco cercano. Al estar aburrida, no se me ocurrió otra cosa que sacar la "Nintendo DS" y jugar al único juego que tenía, Pokémon. Ese juego me viciaba tanto, que no me di cuenta de que estaba diciendo todas las palabritas que existen en el mundo en voz demasiado alta. 
- Una señorita tan guapa como tú no debería decir esas cosas tan inapropiadas. -Dijo una voz que desconocía por completo.
- Qué cojones... -y me paré en seco.
- ¡Hola! -dijo luciendo una sonrisa en la cara, la sonrisa más bonita que jamás había visto.
- Hola, ¿Te conozco de algo? -dije intentando hacerme la dura.
- Creo que no, pero hay que reconocerlo, llamas mucho la atención con esos gritos.
- Estaba... ¿Gritando? -dije sonrojada y a la vez desconcertada. 
- Más de lo que imaginas.
- Madre mía...
- Bueno, ¿Quieres que te lleve a algún sitio? -dijo sin apartar su espléndida sonrisa.
-Emmm... No suelo salir con desconocidos, además, dentro de nada un taxi pasará a recogerme. 
- Ah, ¿Sí? Y... ¿Sobre qué hora iba a venir a recogerte?
- Pues a las cinco y media se pasaría por aquí.
- Eh... Son las siete menos cuarto. -dijo intentando disimular la risa, aunque no lo consiguió.
Abrí los ojos como platos.
- ¿Cómo llegaré ahora a mi casa? Todos están fuera.
- Ummm... se me ocurre una idea, ¿Quieres que te lleve? 
Este chico estaba resultando interesante, pensé.
- Umm... Vale, pero tienes que decirme tu nombre -dije divertida.
- ¿Sí? Vale, me llamo Edward. ¿Y tú?
- Yo me llamo Taylor.
- Encantado de conocerte, Taylor -dijo "cortésmente".
Reí.
- Lo mismo digo. Y ahora, ¿Puedes llevarme a casa cuanto antes? 
- Vale -dijo entre risas.
Yo le respondí con una amplia sonrisa seguida de alguna que otra risa más.


En cuanto arrancó el coche de Edward.


No sabía de que hablar. ¿Por qué estaba en el coche de un desconocido? ¿Podría ser un secuestrador? Empecé a asustarme.
- Oye... Tú... ¿No serás un asesino de esos cabezas huecas, verdad?
Rió.
- ¿Por qué piensas eso?
- No sé... me has metido en tu coche... te haces el inocente...
- Jajaja. Tranquila. No voy a hacerte nada, sino ya lo habría hecho. Ano ser que tú quieras... -dijo irónico.
- Ja-ja. Venga tira ahora para la izquierda.
- A sus órdenes mi capitana.
- ¿Te crees guay? -dije entre risas.
- Psss... Sí. Jajaja.
Le miré feliz.
- ¡Para! Esta es mi calle, muchas gracias por traerme, Edward.
- De nada. Oye, ¿Tienes Messenger o móvil?
- Sí, las dos cosas.
Entonces nos intercambiamos cuentas de Messenger y números de móvil, nos despedimos y se fue.
Vaya, pensé. Este chico resulta interesante. Es diferente a los demás. ¿Cuántos años tiene? Bah, ya se lo preguntará cuando se conecte. Cogí las llaves de mi bolsillo y abrí la puerta. No había nadie en casa, ni siquiera Michael. Pensé que seguramente estaría en casa de su amigo William, siempre está allí.
Tenía sed, así que fui a la cocina a por un buen vaso de zumo de naranja. Me encantaba la naranja. Pero hubo mala suerte, cuando llegué, me di cuenta de que la última noche que pasé en casa, la noche antes de la pesadilla-real, papá se bebió la última caja de zumo. Tuve que contentarme con un vaso de refresco de limón.
Me senté a degustarlo en el sofá, pero no duré diez segundos sentada cuando de repente Luna se abalanzó contra mí, lamiéndome la cara.
- ¡Luna, estate quieta!
Cuando al cabo de un rato la conseguí tranquilizar, me llevé bastante tiempo acariciándola y mimándola, pero cuando se quedó dormida, pensé en subir a mi cuarto.
Ya eran las siete y cuarto. ¿Habría llegado Edward ya a su casa? Seguro. Entonces, decidí conectarme para comprobar si estaba en lo cierto.
Encendí el ordenador. Como siempre, tardó media hora para cargar -sarcásticamente-- Cuando por fin se encendió, puse la contraseña y pinché en la ventana que daba paso a la aplicación Messenger. Introduje mi cuenta y de nuevo otra contraseña. Cuando se cargó, apareció una pantalla con este contenido:
- El servicio de Messenger quiere hacerle saber que el usuario -aparecía el Messenger de Edward- quiere unirte a su lista de contactos. ¿Acepta usted tal propuesta?
Le dí a aceptar. Se me había olvidado que todavía no lo había agregado. En un visto y no visto en mi lista de contactos apació "Edward(L)" como conectado. ¿Le hablaba? ¿Esperaba a que me hablara él? ¿Y si no se da cuenta si quiera de que estoy en red? ¿Y si no me contesta? No sabía por qué me había tantas preguntas. Él era un chico corriente, como todos los de mi instituto. No me dio tiempo a pensármelo más. Aparecía una ventana en naranja. Un contacto me había hablado. ¡Edward!
- ¡Hola! -aparecía en la pantalla del ordenador.
Le devolví el saludo.
Inesperadamente, la luz empezó a atenuarse. Miré a mi alrededor asustada, todo parecía normal. Intentaba convencerme a mi misma de que todo eso era fruto de mi imaginación o que habría una sobrecarga de la luz. Pero no podía. No podía engañarme. Sabía que pasaba algo, y sabía que tenía que ver con la cadena maldita. Mi corazón latía más fuerte de lo normal.
Cuando miré de nuevo a la pantalla del ordenador, un virus informático se estaba comiendo mi pantalla. Escalofríos. De nuevo, me intenté convencer de que eso sería una broma de mal gusto de alguno de mis amigos, pero no lo conseguía.
Empezaron a aparecer las calaveras de aquella noche y también apareció la frase: "Demasiado tarde".
Me temí lo peor. Instintivamente cogí el móvil. Comprobé si esta vez funcionaba. Tenía razón, funcionaba. Lo desbloqueé a todo correr y busqué en la agenda de contactos. Edward. ¡Aquí está! Pulsé el botón verde. ¡Bip! ¡Bip!
- ¿Hola? Oiga, este no es un buen momen...
No le dejé acabar la frase.
- ¡EDWARD! Soy Taylor, ¡Necesito tu ayuda! Ven a mi casa, por favor.
- Vale, iré. Pero espera unos diez minutos, ¿Vale?
- Vale. ¡Rápido!
Colgué yo primero. Miré la hora. 19:18. A las siete y media más o menos llegaría Edward.
¿Qué iba a hacer ahora? Como si algo o alguien hubieran escuchando mis pensamientos, sentí un temblor. Otro más fuerte. Terremoto. Grité. Salí corriendo a la calle, era lo que siempre me decían papá y mamá que hiciera en estos casos. Una vez fuera, me quedé con los ojos en blanco, y sentí unas tentadoras ganas de morir. Mi familia, estaba petrificada y con una especie de cuchillo clavado en el pecho. Lo único que se me ocurrió hacer en ese instante fue chillar y chillar hasta caer rendida. Antes de caer al suelo, alguien me agarró por atrás y me amenazó con una especie de cuchilla cuidadosamente afilada que cortaría una hoja de papel en el aire. Empecé a sudar. Más sudor. Lágrimas. No podía más. Tenía que defenderme. Entonces, di gracias a mi padre por obligarme a ir a clases de kárate a los ocho años.
Miré al suelo y por suerte, justo a mi lado izquierdo había una barra de hierro que aparentaba hacer bastante daño. Conté hasta tres, y en el instante en que menos se lo esperaba aquel "asesino", cogí la barra y le golpeé en el estómago. Acto seguido, le di también en la cabeza, lo que hizo que se quedara inconsciente, durante un tiempo al menos.
Pensé que tal vez estaba ya ha salvo, y estaba en lo cierto.
De repente, sentí que caía al suelo, que despertaba de un sueño, que me mareaba. Cuando me veía en el suelo y me preparaba para el dolor, alguien apareció a mis espaldas y me cogió en brazos en el último instante.
- ¿Esas bien? -preguntó irónico y entre risas.
- ¿Te crees muy gracioso?
- Jajaja. Venga, ahora enserio. ¿Qué te ha pasado?
- Pues... estaba...
En ese momento recordé que no podía contar esto a nadie, fuera quien fuera y en cualquier situación. 
- Pues la verdad es que lo çultimo que recuerdo es que estaba yo hablando con.. hablando por el Messenger. -Mentí.
- No sé que te habrá pasado. ¿Entramos en tu casa? -dijo, como siempre, con su encantadora e irresistible sonrisa.
- ¿Te auto-invitas? -reí- Vamos, entra.
Lució de nuevo su espléndida sonrisa. Era preciosa, te atraía como un imán. Era impresionante.


Instantes después, en mi casa.


- ¿Quieres algo de beber? -pregunté de camino a la cocina.
- Pues ahora que lo dices... ¿Tienes Shandy?
- No, no tengo. Nunca la he probado.
¿¡Nunca has probado una Shandy!?
- No, siento decepcionarte -ahora fui yo la de la preciosa sonrisa- ¿Te traigo algo o no?
- Vale. Me apetece una Cola, si no es mucha molestia.
- Enseguida -respondí riendo.
Una vez en la cocina, me preparé una tila, quería tranquilizarme por lo de antes. Busqué en el armario "el cacharro del té", como lo llamaba mi madre. Lo pose en la vitrocerámica con agua dentro y cogí una lata de Cola del frigorífico mientras se hacía. Puse la lata de Cola en una bandeja acompañada de una vaso e hielo. También cogí aperitivos como patatas fritas, galletas y frutos secos. Al no tener nada que hacer mientras se hacía la infusión, recordé que ese día no había ido al instituto, y que como no le había pedido los deberes a ningún compañero, mañana me caería una buena, porque mañana era... viernes, sí, era viernes.
Entonces recapacité. Tenía ahora mismo en el salón de su casa a un chico que havía conocido hace unas tres horas por cortesía suya. Sus padres podrían pensar cualquier cosa menos que era inofensivo. Mis padres eran muy mal pensados. Pero, de algún modo, confiaba en Edward. Era como un refuerzo de fuerzas, esperanzas.
Empecé a escuchar el pitido de "el cacharro del té" y me dispuse a apagar la vitrocerámica. Preparé la tila. 
Coloqué la taza en la bandeja. Cogí la bandeja y cuando me dí la vuelta, Edward me sorprendió con otra de sus sonrisas.
- ¿Te ayudo?
- No estaría nada mal -se la devolví.
Y así caminamos juntos hasta el sofá. Me sentía atraída por Edward. Aunque al mismo tiempo sentía que tenía que alejarme. No sabía que hacer, así que simplemente me dejé llevar por mis emociones.


Pocos segundos después, en el salón de mi casa.


Invité a Edward a sentarse en el sofá mientras yo cogía el mando de la televisión y marcaba un número al azar.
- ¿Quieres ver algo en especial? -pregunté.
- No, gracias. Pon lo que tú quieras.
Me encogí de hombros y asentí. Estaba nerviosa. No sabía de que hablar. Al final, dije:
- Oye, has venido a mi casa, hace unas horas que te he conocido, estás conmigo en el sofá, solos en la casa. No sé tu edad... -dejé la frase en el aire con un tono preocupante.
- Y... ¿Te gustarías saberla? -dijo con una cara estúpida pero encantadora a la vez.
- Pues la verdad, sería mejor.
- Vale. Tengo diecisiete años, ¿Y tú?
- Dieciséis.
- Casi los mismos -rió.
Sonreí.
Estuvimos un rato charlando. Lo pasé genial. Nos los estábamos pasando tan bien que nos olvidamos por completo del tiempo. Eran las diez de la noche, se me agitó el corazón al pensar en la posibilidad de que mámá nos descubriera. Pero ya deberían haber llegado, así que se habrían entretenido. Se me pasaron varias ideas por la mente -normal a una chica de mi edad- pero no las pensaba llevar a cabo e hice como que no las había escuchado. Apagamos la televisión.
- ¿No tienes hora de irte a casa?
- Pues... la verdad es que... no.
- Que suerte tienen algunos... -reí- Oye, ¿No te da vergüenza ver a mis padres?
- ¡Ni que estuviéramos saliendo!
En ese momento, me di cuenta de que quedé como una idiota, y para que no se me notaba la cara sonrojada, me la tapé a tiempo con un cojín que tenía al lado.
- ¿Qué se supone que haces? -dijo Edward entre risas.
- Emmm... Es esencial para... una mascarilla para tener la... para tener la piel más suave -mentí quedando, ahora sí, en completo ridículo. Pero yo era así, y no lo podía remediar.
- Ah, ¿Sí? -dijo siguiéndome la broma, me había descubierto- y... ¿Las cosquillas le van bien a tu "tratamiento"?
Y justo entonces empezó a hacerme cosquillas por todo el cuerpo. Al darme cuenta, contraataqué, y los dos empezamos a hacernos cosquillas sin parar. Estaba muy nerviosa, y a la vez me sentía protegida. Podría pasarme el resto de mi vida con esa sensación. Entonces, lo paré drásticamente y agudicé el oído. Reconocía perfectamente el coche de mi madre. De nuevo, los nervios se apoderaron de mí.
- ¡Rápido! ¡Hay que esconderte, Edward!
Expresó los rasgos de su cara con un gesto de una mezcla entre desconcertado y nerviosismo.
Lo cogí de la mano y corrimos por toda la casa, no encontraba un buen escondite para ocultar a Edward. Dimos vueltas y vueltas por la casa. Me alarmé cuando escuché las llaves y el chirrido de la puerta al abrirse.
- ¡Rápido! -dije a mitad del pasillo.
Entonces, se me ocurrió una fantástica idea.
- Edward, tengo una idea, escucha, sube al piso de arriba y gira a la derecha. Entra en la primera habitación que haya y sal por la ventana. ¿Podrás hacerlo?
- No soy Tarzán, pero creo que sí, mi capitana.
Edward, antes de marcharse para escaparse por la ventana de mi habitación, me abrazó como despedida. No me dio tiempo a reaccionar. Quedé como una tonta, o eso pensé. Me puse roja como un tomate y los nervios no cabían en mí. ¿Por qué me abrazo? ¡Si nos habíamos conocido ese mismo día! En fin, es un simple abrazo, no tiene importancia, ¿Verdad?
- Taylor, ¿Qué pasa? He escuchado mucho ruido al entrar.
- Pues... es que había... un ratón Sí, un ratón correteando por la casa.
Salvada.
- ¿¡UN RATÓN!? -mi padre gritó- ¡Voy a poner ahora mismo trampas por toda la casa!
Y diciendo esto, mamá fue a la cocina, cogió todo tipo de trampas y líquidos exterminadores y lo colocó por todos los sitios. Parecía una loca. Puede que me viniera de familia. Reí.
Se escuchó la puerta de nuevo, noté enseguida que era Michael, porque empezó a saltar tan fuerte, que los golpes se escuchaban desde el piso superior. 
Mientras pensaba que mi familia nunca sería normal y que me sentía identificada por eso, avancé hasta mi habitación, pensando también, que todo esto esta una gran locura.

septiembre 10, 2010

Capítulo 2: Y llegó el horror.

Al cabo de... no sé cuanto tiempo, pero todavía de noche.

Abrí los ojos, no sabía que hora era, solamente sentía una pequeña pero fría brisa por mi espalda destapada. Estaba tumbada, mirando a la pared, así que me dí la vuelta. Nada diferente, o eso creía. Cogí el reloj para mirar la hora.
- Qué extraño. -dije sorprendida al ver que en el reloj solo había rayas y mas rayas negras.
Estaba empeñada en averiguar la hora que era, así que me levanté en busca del móvil que estaba encima del escritorio. Antes de coger el móvil, mirñe por la ventana. 
- Qué raro, la luna... no era llena antes de acostarme. - dije un poco asustada.
Cogí el móvil y pulsé el botón de desbloquear. Nada. No funcionaba. Todo era muy extraño, todo que necesitara electricidad para funcionar, funcionaba. Porque lo intenté tambien con las dos lámparas de mi habitación, la televisión y el teléfono fijo. Todo estaba fuera de lo normal. Entonces escuché un ruido, un ruido que jamás había escuchado. Por la curiosidad, salí de la habitación y agudicé el oído para saber de donde procedía. El ruido me condujo a la cocina. Allí, la voz era mas fuerte. Me empezaron a doler los oídos. Cerré los ojos lo mas fuerte que pude y del dolor me tiré en el suelo y empecé a revolcarme por todo el suelo que estaba mas frío de lo normal. Tenía escalofríos, la cabeza me iba a explotar y estaba muy asustada.
Cuando ya no podía mas y pensaba en la posibilidad de morir, el dolor cesó, y entonces, poco a poco, me quité las manos de las orejas y me fuí tranquilizando, pero no abrí los ojos. Tenía muchísimo miedo. ¿Que acababa de pasar? ¿Era un sueño tal vez? No lo sabía. Pero entonces empecé a pensar, que no podía quedarme allí todo el rato, que tenía que regresar a mi habitación y despertar de aquella... pesadilla. Lentamente e intentando tranquilizarme, intenté abrir los ojos. Intento fallido. Tenía demasiado miedo. Entonces pensé de nuevo. Tenía que abrir los ojos y subir al piso de arriba. Pero para abrir los ojos, los tenía que abrir de una vez, Así que me armé de valor y conté hasta tres. Uno, dos ¡Tres! Ojos abiertos. 
Desde ese mismo segundo hasta el siguiente pensé mil y una cosas, pero solo expresaba una, miedo. Cuando abrí los ojos me encontré con un rostro blanco, tan blanco que se distinguía en el negro de la noche. Estaba repleto de sangre. Y tenía una expresión como de... venganzA. Cuando ví que aquella cosa que ni siquiera sabía si era humana, empecé a gritar como nunva había gritado y me eché hacía atrás hasta toparme con la pared. Mientras gritaba y gritaba sin cesar, pensaba en cual era la causa de eso. Pensaba y pensaba. Gritaba y gritaba. Me dolía la mandíbula de tanto chillar. Así que intenté escapar. Sin abrir los ojos me giré hasta toparme con la puerta e hice el intento de escapar. Pero aquello me tenía cogida de la pierna. Justo cuando le daba la espalda, abrí los ojos bruscamente. Ya sabía porqué ocurría esto. El mensaje. Ese mensaje tan raro de la cadena maldita. Se ha cumplido, pero... ¿Cómo lo solucionaba? ¡Ya lo sabía! Tenía que reenviar el mensaje. Armada con todas mis fuerzas, le pegué una patada a aquello y salí corriiendo lo más rápido que pude hasta llegar a mi habitación.
Cerré la puerta con pestillo y puse sillas y todo tipo de muebles para hacer tiempo. Tenía que pensar rápido. El ordenador. Sí. Lo encendí, pero cuando le dí al botón solo aparecían calaveras en la pantalla y siempre se repetía la misma frase: Demasiado tarde, has caído en la maldición. 
Estaba asustada. Tal vez tenía alucinaciones. No, imposible. Estaba tan confusa, que me senté en la cama y cogí la botella de agua para aclararme las ideas. Pero cuando miré el interior de la botella, no era agua, sino sangre. Grité de nuevo. Entonces me levanté y vino lo peor. Me miré la mano, y estaba repleta de sangre, y cuando miré a la cama... Luna estaba muerta. Estaba boca arriba con una raja que la abría entera. Grité y grité sin cesar, entonces, empecé a llorar como nunca había llorado. No podía creer lo que estaba pasando. Tenía que pedir ayuda. Necesitaba ayuda. Sus padres. Seguro que ellos sabrían que hacer. Pero ahora tenía que ocuparse de aquella cosa, por llamarlo así. Pero al no intentar abrir la puerta, pensé que tal vez hubiera desaparecido o algo por el estilo. Quité las cosas de la puerta y salí. Cuando salí fuera, aquello estaba tirado en el suelo y en la espalda tenía puesto algo brillante: Venganza. 
Me asusté, pero tenía que seguir adelante. Abrí la puerta del cuarto de mis padres. Pero no había nadie ni nada. Pero entonces me percaté de que había una nota en la cama. Empecé a leer:


- Hola, papá y mamá os quieren, nunca os olvidaran. Besos. 
P.D: Hasta siempre.


Cuando leí la pequeña carta, me puse a llorar. No podía creer esto, nada. Pero... todavía había una esperanza. Fuí a buscar a mi hermano Michael, haber si él estaba con vida. Corrí hasta su habitación, pero cuando entré, me quede petrificada. 
Aquella cosa que encontré en la cocina, había recobrado vida y se estaba comiendo a mi hermano a bocados. En cuanto entré en el cuarto, aquello me miró con un pedazo de carne en la boca. Tenía miedo, muchísimo miedo. Esto parecía una película de terror. Pero tenía que defenderme, así que cuando aquello se acercó para atacarme, cogí el bate de beisbol de mi hermano y le dí en toda la cara a aquello. Lo tiré al suelo, pero se levantó. Era inmortal, o al menos eso creía. Entonces se me ocurrió prenderle fuego. Bajé a la cocina y cogí una cerilla. La encendí. No se escuchaba nada. No sabía donde estaba, la cerilla me alumbraba la cara. Alumbré para un lado, para el otro. Nada, no habíta nada. Entonces, tenía que darme la vuelta. No me quedaba mucho valor que digamos pero tenía que hacer desaparecer aquello. Asustada, derramé una lágrima que cayó sobre mi mano. Entonces, recordé lo que me dijo mi padre antes de acostarme: Nunca pierdas la esperanza. 
Al recordar eso, se me ocurrió un plan mejor que prenderle fuego, miré la cerilla, y antes de que eso me mordiera, se la metí en el ojo. Aquello empezó a gritar de una forma muy extraña. Al ver que estaba indefensa, aproveché para salir de casa. La puerta no se abría. Subí al piso de arriba y entré en mi cuarto. Allí rompí con la lámpara de la mesita la ventana.
Salté al tejado y me fuí deslizando hasta bajar al conducto del agua. Llegué al suelo viva. Viva, pero llena de arañazos, sangre, lágrimas y terror. Miré hacia un lado, hacia el otro. Nda. Entonces, se me ocurrió investigar por ahí. 
Iba yo, andando a las tantas de la madrugadas. Sola, mi único acompañante era el miedo. Tenía en la cabeza la imagen de Luna, mi hermano, y aquella cosa. Era imposible. Esto era un sueño, si era un terrible sueño. Pero el dolor y el miedo lo sentía real, demasiado real. Fuera lo que fuera, tenía que acabar con esta locura.
Entonces, ví varias sombras acercarse desde el horizonte. Parecían personas. ¿Otal vez eran mas cosas como la de su casa? ¿Personas que buscaban supervivientes? Pero... ¿Supervivientes de qué? Con la poca esperanza que me quedaba, me fuí acercando a las sombras. 
Pero cuando estaba a unos metros de ellas me quedé petrificada, con la cara blanca. Eso no eran personas, no era algo vivo... del todo. Parecían muertos vivientes, ¡ZOMBIES! ¡Claro! Siempre han dicho que cuando desafías al demonio, los muertos cobran vida y se van a por ti, fisicamente o no. Eran demasiados, no podía con ellos yo sola. Solo se me ocurrió correr en dirección contraria. Pero ellos eran mas rápidos que yo. Me atraparon. Yo me intentaba defender pataleando y arañando. Nada. No había solución. Iba a acabar como Michael y como toda la ciudad, como veía. Uno de ellos, estaba dispuesto a morderme cuando empecé a gritar como una loca. 
- ¿Taylor? ¡Taylor!
- ¡Aaaaah!
- ¿Qué te ha pasado? - preguntó mamá preocupada. 
Pero yo no respondía. Estaba sentada en la cama, sudando. Me dolía la mandíbula. 
- ¿Taylor?
- Solo había sido una pesadilla, solo... una pesadilla - dije intentando tranquilizarme.
- Bueno, pues yo me vuelvo a la cama, son las cinco de la madrugada.
- Vale, mamá. Te quiero.
- Yo tambien te quiero, Taylor. - dijo mientras cerraba la puerta. 
Me quedé recuperando la respiración y pensando que todo esto había sido fruto de mi imaginación. Me tumbé en la cama y acaricié a Luna que estaba dulcemente dormida a mi lado. Cerré los ojos y me giré. Tenía frío. Abrí los ojos para taparme y... mierda, se me había olvidado el mensaje. Tenía que reenviarlo o se podría repetir la pesadilla-real. Me levanté sin ganas y encendí el ordenador. Reenvié el mensaje. Salvada, pensé. Me tumbe en la cama y cerré los ojos con una sonrisa en la cara. 


¡Ring, ring! El despertador había sonado. Mierda. Lo apagué sin abrir los ojos. Tenía mucho sueño, abría dormido unas tres horas. Hay que levantarse. Pensé. Abrí los ojos. 
- ¡Aaaaaaaaaaaaaaaah!


Tenías diez minutos para reenviar el mensaje, pero rompiste la cadena. Ahora, la maldición te perseguirá. Pero... debería haber algo para pararla. ¿Verdad?

septiembre 09, 2010

Capítulo 1: El mensaje.

Haz lo que quieras, pero sobre todo, no rompas la cadena.

10:30 de la noche.


Estaba en mi habitación, conectada al ordenador. Todos mis amigos se habían ido ya. Solo quedaba la  pesada de mi vecina Hannah, y pasaba de hablar con ella, así que cerré el Messenger antes de que hablara conmigo.
Aburrida, me puse a mirar el correo electrónico. Nada. Solo publicidad, mensajes para unirme a paginas y e-mails de mis familiares de Madrid. Pero me llamó la atención uno de los últimos mensajes, ponía:
- Hola, seas quien seas, que sepas que has abierto una cadena maldita, y ahora, tienes que reenviar esto a otra veinte persona en diez minutos o menos. Si no lo haces, la maldición caerá sobre ti. Y la mala suerte, las desgracias y la muerte te perseguirán. Yo que tú reenviaría esto y me quitaría de problemas, aunque si te crees chulo/a, podrías pasar de esto y enfrentarte a las consecuencias de esta cadena. Te deseo lo mejor. 
Que chorrada, pensé. Entonces, escuché a mi madre gritar desde el salón:
- ¡Niña! ¡A la cama ya! ¡Mañana tienes instituto! 
- ¡Sí, mamá! - dije mientras borraba el mensaje y apagaba el ordenador. 
Antes de acostarme, me asomé a la ventana y comtemplé el cielo. Siempre me había gustado la luna, todas las noches miraba por la ventana y la veía. Esta noche, la luna estaba en cuarto menguante. Preciosa, pensé, pero al tener frío, me metí para adentro. 
Antes de irme a dormir, cogí a mi perrita Luna y la metí conmigo en mi cama sin que nadie se diera cuenta. Luna, era muy bonita, una cachorra de la raza labrador. Como era invierno, me tapé hasta el cuello, en cambio Luna, se metió bajo las sábanas y mantas.
Justo en ese momento, papá entró en el cuarto:
- Hola, Taylor. - sijo mientras se sentaba a mi lado.
- Hola, papá. ¿Que haces aquí?
- Pues se me había ocurrido que hoy podría ser un buen momento para decirte una cosa.
- Vale, ¿Que cosa? - dije con cara sorprendida.
- Pues, que ya tienes diecisiete años, y con el tiempo, tendrás muchos problemas. Pero lo que yo quiero que sepas, es que siempre tienes que guardar la esperanza, y luchar por todo lo que quieras conseguir en esta vida, sea bueno o malo. Bueno, eso era lo que quería decirte, ahora, cierra los ojos e intenta dormir. Te quiero, cariño. -dijo mientras se alejaba hacia su cuarto.
- Y yo a ti, papá- dije mientras miraba la hora. -uf... la una y media, mañana no voy a poder ni abrir los ojos.
Y diciendo esto, me acomodé en la cama y cerré los ojos.