Me desperté con el piar de los pájaros. Hacía tiempo que no experimentaba esa sensación de felicidad. Esa paz que me inundaba por dentro, que todo iba bien y que nada me la iba a arrebatar. Respiré hondo. Sonreí. Quería que toda mi vida fuera así, pero desgraciadamente era muy poco probable que así fuera. Miré la hora en el reloj de la mesilla, 10:40. Tampoco era tan tarde, al fin y al cabo, me había acostado bastante tarde, o eso era al menos lo que creía. Me permití el lujo de cerrar los ojos cinco segundos más, me incorporé en el colchón, me puse las zapatillas de andar por casa y bajé las escaleras hacia el comedor. Allí me estaba esperando mi padre diciendo:
- ¡Hola! Hoy le he cedido la mañana libre a mamá y prepararé yo el desayuno, ¿Qué te parece? –dijo con una gran sonrisa en la cara.
Yo sabía que mi padre cocinaba extremadamente mal, así que me limité a sonreír tímidamente, agachar la cabeza y prepararme para el sufrimiento que iba a pasar.
Me senté en el sofá y encendí la televisión. Se puso automáticamente en un canal de noticias, pero acto seguido lo cambié a Disney Channel. Allí echaban dibujos animados. Miré al guía de programas, e iban a estar echando dibujos hasta la una del mediodía, así que apagué el televisor y me dirigí a sentarme en una silla del comedor.
- ¡Listo! –dijo mi padre al ver las tostadas saltar del tostador.
- ¡Siii! ¡Listoooooo! Jajajaja –gritó Michael emocionado mientras hacía volar con su mano su Súper Man.
Reí disimuladamente. Me hacía tanta gracia… ojalá yo pudiera no tener que preocuparme por nada, solo de que mi muñeco de juguete no cayera al suelo. No tener que preocuparme de sobrevivir, y peor sin ayuda de nadie. Vi que pensar en mi desgraciada vida me hacía ponerme mal, así que intenté despejar la cabeza, mirar al frente y enfrentarme al desayuno de mi padre.
- ¿Tenéis hambre? –preguntó mi padre poniendo los platos y vasos sobre la mesa.
- Eh… yo no mucha –mentí. A lo mejor luego comía algo a escondidas, pero yo no pensaba tragarme todo un desayuno de mi padre.
- Pues te vas a comer como mínimos dos tostadas, un zumo de naranja y alguno de estos dulces.
- Vale…
Y así, mientras Michael cantaba anécdotas sobre sus muñecos de juguete, papá nos hablabla de política que ninguno de los dos escuchábamos con atención y el monótono ruido de la televisión hacía de fondo en esta típica escena familiar, empezó un día que ni por asomo creía que iba a ser tan decisivo para mi vida.
Cuando terminé de desayunar –me había dejado una tostada, la mitad del zumo y no había tomado dulces- mamá bajo por las escaleras. Tenía el pelo despeinado, pero aun así estaba estupenda. Se lo sacudía suavemente mientras con una sonrisa en la cara besaba a mi padre en los labios. Michael los miró con cara de asco y un tanto extraña: Le resultaba bastante raro y repugnante darse besos en la boca y compartir la saliva de una persona a otra.
- No sé como papá y mamá pueden soportarlo –exclamó volviéndose hacia atrás y haciendo como que vomitaba.
Reí. Era inevitable. Ya le llegaría su tiempo, ahora era tan solo un niño.
También sonreía por mis padres. Aún habiendo pasado por los siempre abundantes problemas del matrimonio, aún habiendo tenido dos hijos y haber pasado por todo eso, seguían manteniendo ese amor, esa llama que hace más de veinte años se encendió y que ha sobrevivido contra viendo y marea.
Me retiré a mi cuarto. Miré el reloj de la mesilla: 11:15. Estaba bien. No me dio tiempo a pensar en nada más, pues el estribillo de U smile de Justin Bieber empezó a sonar desde mi móvil en la mesa. Lo cogí rápidamente:
- ¿Diga?
- ¿Hola? ¿Mónica?
- Sí, soy yo. ¿Quién eres?
- Ven a la Plaza Mayor.
- ¿Pero quién eres?
- ¿Vas a venir?
- Iré si me dices quién eres.
- No puedo decírtelo. Ven.
- ¿Qué hora? Pero no estoy segura…
- Ahora mismo. Yo solo te lo aconsejo, será mejor para ti ir. Confía en mí.
- Va…
Me dejó con la palabra en la boca. ¿Quién sería? Ni siquiera reconocía su voz. Estaba bastante asustada: Normalmente sería un secuestrador, alguien de estas personas que solo buscan el mal para los demás, pero algo me hacía creer en lo que ese desconocido me decía, como si hubiera algo que yo no sabía que me condujera hasta él.
Guiada por la curiosidad abrí rápidamente el armario. Tras un vistazo de pocos segundos al interior me decidí por una camiseta negra con unos pequeños conejos irreales dibujados, un pantalón pitillo de color verde y unas converse negras. Iba llamando la atención. Me encantaba.
Me arreglé lo más rápido que pude. Me espolvoreé colonia, me unté desodorante, me lavé la cara y me peiné. Cogí el móvil, los cascos, las llaves y algo de dinero. Bajé las escaleras.
Cuando estuve a punto de salir por la puerta, mi madre me gritó desde el salón:
- ¿Dónde vas, Taylor?
- A dar una vuelta por ahí.
- ¿Con?
- Con mis amigos, como siempre.
- Está bien. No vuelvas tarde. Prométeme que estarás aquí para la hora de almorzar.
- Te lo prometo.
- Vale. Adiós, te quiero.
- Te quiero.
Cerré la puerta.
Estaba nerviosa. Andaba muy deprisa hacia la Plaza Mayor. Mi curiosidad aumentaba con cada paso que daba. ¿Quién sería aquel chico? Porque era un hombre, de eso estaba segura. Como todavía quedaba un buen trecho hasta llegar a la Plaza , saqué mis cascos del bolsillo y el móvil y me dispuse a escuchar música durante el trayecto.
Cuando llegué a la Plaza Mayor , esperando en un banco del parque.
Eché un rápido vistazo a los alrededores. Había niños jugando al fútbol y niñas saltando a la comba. Mujeres hablando sobre los cotilleos del día y hombres apostando sobre quién ganaría en el partido de fútbol que televisaban esta tarde. Suspiré. Me sentía diferente a todo el mundo. Nunca encajaría, lo tenía asumido.
Llevaba esperando en aquél banco más de media hora, y el misterioso chico seguía sin aparecer. Podría haberse tratado de una estúpida broma típica de los niños pequeños. Que tonta había sido. ¿Cómo se le había ocurrido ir hasta allí? Acababa de cometer una completísima estupidez.
Tenía un poco de hambre, no estaría mal ir a por algo de picar. Alcé la vista y divisé a unas pocas manzanas una tienda. No tenía nada que hacer, así que me levanté del banco, me ajusté el pantalón verde y la camiseta y me encaminé hacía la tienda.
Llevaba los cascos puestos. Era incapaz de pasar frente a mucha gente sin música. Me sentía intimidada, como si estuvieran hablando de mí constantemente. En mis oídos sonaba Motivation, de Sum41. Me viciaba la música. Era como una salida. Una oportunidad de olvidarme de lo que me rodea y concentrarme solo en ella, una de mis pasiones en la vida. Sabía tocar la guitarra –eléctrica, por supuesto-, la batería, el piano y según le habían dicho, era una excelente cantante, aunque nunca había pensado demasiado en eso.
Tan ensimismada estaba en la canción, que no me habría dado cuenta de que estaba en la puerta de la tienda-kiosco que vi antes de no ser porque una anciana casi tropieza conmigo por no mirar yo por donde iba.
- Perdone, señora, no la vi pasar –respondí tímidamente, se me daban fatal este tipo de conversaciones. Lo peor es que me pasaban cada dos por tres, por mi torpeza.
- No pasa nada, hija mía. Ten cuidado.
Aquel tono preventivo y misterioso me provocó un escalofrío.
- Está bien –dije mirando hacía abajo mientras dibujaba círculos imaginarios con los pies en el suelo, aquella mujer parecía que ocultaba algo- Adiós señora.
- Adiós joven, y recuerda, ten cuidado.
Y se marchó sonriente.
Estuve varios segundos en estado de shock. Creo que fueron segundos, pues de mi mente no se borraba el rostro de aquella anciana que me había advertido que me protegiera. O eso había entendido. ¿Qué había querido decir exactamente? No sabía descifrarlo, así que entré en la tienda y traté de olvidarme de ese asunto.
Abrí la puerta y al entrar sonó una estúpida campanilla que siempre había odiado. Creía que ya se había ido la moda, pero me equivocaba.
Dentro la decoración parecía la de una pintoresca casa de campo. Las paredes, el suelo, incluso el olor de la estancia me hacía pensar que me encontraba en el campo. Rodeada de paz, sin que nadie te recriminara por ser diferente, sin que nadie te hiriera. Un hombre entrado ya en sus años asomó por un lado del mostrador:
- Señorita, ¿Qué le trae a usted por aquí?
Sonreía malévolamente, ¿Hoy todo el mundo lucía sus peores sonrisas?
- Eh, buscaba algo de comer.
- Pues aquí encontrara lo que quiera, es de lo que más mercancía traemos –dijo irónico.
- Ya, ya… -contesté vergonzosa, que mal se me daban este tipo de cosas- Echaré un vistazo por ahí.
- Como usted quiera.
Y se retiró inquietante, divertido, confuso.
Ojeé unos dulces, luego unas chucherías algo extrañas –ya no saben que inventar- y por último el chocolate, otra de mis grandes pasiones. Me detuve en una tableta algo diferente a las demás. Era completamente negra, salvo por unas pequeñas letras en rojo intenso. Ponía:
“Cuidado, no es una tableta cualquiera.”
Retrocedí un paso y parpadeé varias veces. La cara de aquella mujer de antes se me vino a la cabeza. ¿Podría tener aquello alguna relación? ¿Se refería la anciana a esto? No estaba muy segura, pero de lo que si que se aseguraba es de que aquella tableta debía de ser mía, aunque no le diera el uso normal que se le da a una tableta de chocolate.
Estaba tan confusa, aquellos “sueños”, Edward, la anciana, la llamada, la tienda, y ahora el chocolate. ¿Pero qué está diciendo? ¿Le tenía miedo a una tableta de chocolate? ¿Una mísera tableta? Me estaba volviendo loca, eso era seguro.
Me llevé las manos a la sien de la cabeza y traté de concentrarme. Todo aquello era una locura, algo irreal, imaginario. Nada era lógico, realista. Tenía ganas de dormir. De dormirme y no despertar jamás. De quedarme siempre en el mundo de los sueños, donde nada ni nadie puede hacerme daño.
Salí corriendo de la tienda con la tableta en la mano. Ni siquiera me había percatado de que la llevaba ahí. El dependiente tampoco pareció alterarse.
Tenía los ojos cerrados, no veía por donde pisaba. Corría sin cesar. No me importaba nada. Nada hasta que topé con algo en el pie. Iba a caer. La tableta de chocolate calló de mis manos, pero no le presté la menos atención. Me preparaba para la caída. Aparté mis manos de los ojos y me preparé para que fuera lo menos dolorosa posible. Cerré los ojos con más intensidad.
Alguien me paró. Alguien que desconocía me cogió en brazos instantes antes de caer. Cuando estuve lo bastante segura, abrí los ojos.
Edward.